24 octubre 2008

El autobus de la risa

Mimo


Valencia, miércoles 22 de octubre de 2008; 15'00 horas.
Fin de la jornada laboral. Llueve en abundancia y el ambiente es frío.
Siempre lo hacemos andando, pero hoy decidimos regresar a casa en autobús.
Abrimos el paraguas y nos dirigimos a la parada más cercana de la línea 6.

Al llegar a ella tropezamos con una amiga que, a su vez, es compañera de trabajo.
Nos saludamos.
Hace tiempo que su semblante se tornó aspero y agudo. No es solo la edad.
Las órbitas de sus ojos, ahora más sobresalientes, dan a su rostro un aspecto asustadizo.
Su mirada, seca y esquiva. Carente de luz y brillo, refleja un estado interior inquieto.
Su cuello también delata fuertes acumulos de tensión. Barbilla prominente y maxilares rígidos.




Lo ha pasado ciertamente mal. Es claramente perceptible.
Las huellas del sufrimiento son inequívocas.
Segunda hermana entre cuatro hermanos. Salvo ella, todos hombres.
Abandonó un pequeño y pacífico pueblecito de interior para venir a trabajar a Valencia.
Tras ella sus dos hermanos menores, a quienes hacía de hermana, madre y casi sirvienta.
Compartiendo piso, además de con sus hermanos, con compañeros de trabajo.
El sueldo no daba para mucho más.
Poco a poco consiguió abrirse camino y cambió a vivienda de propiedad; y con el tiempo, sus hermanos también consiguieron independizarse.
Varios fracasos en sus relaciones de pareja la mantienen, aún hoy, conviviendo consigo misma.

Uno de estos dos hermanos murió en un dramátrico accidente de tráfico junto con su hijo, su sobrino.
El dolor la partió de arriba abajo, abríendonle el sufrimiento en canal. Aún hoy no lo ha asimilado. Sigue sin superarlo.
Sus padres, ya mayores, víctimas ineludibles de dicho drama, se han refugiado con ella.
Recientemente diagnosticaron a su madre un pequeño tumor en el labio que ha requerido intervención quirúrgica.
Ahora faltan las correspondientes sesiones de radioterapia, y quizás alguna de quimioterapia.
A nuestra amiga la rodea un halo de solemne silencio que le infunde un cierto aire de tristeza.

Esperando el autobús, de repente, cruza delante nuestro un señor mayor.
Al vernos, descubrimos que le conocemos (aunque inicialmente no recordamos quién es).
Esa misma sensación le invade a él.
Quedamos mirándonos y seguramente ambos pensando ¿quién es ese rostro conocido?.
¿Alejandro? le pregunto.
¿Juan? me responde.
Un ¡mecaguenlaleche! nos recorre a los tres, y prestos, nos saludamos.

Alejandro era compañero de trabajo de Verónica.
Compartieron destino y trabajo codo a codo, a diario, durante años.
Con el paso del tiempo, Verónica cambió de destino y el contacto diario se cortó.
Pero la cercanía de nuestra anterior vivienda al mismo, hacía que con relativa frecuencia tropezáramos en la calle.

Alex, como recuerdo que le llamaba, siempre fue lo que comúnmente se conoce como un cachondo mental.
Contador de chistes insaciable, con un humor irónico siempre dentro de los límites de lo políticamente correcto.
Educado, alegre, divertido y muy fumador.
Hacía 9 años que se había jubilado. Verónica no le había vuelto a ver desde entonces.
Yo haría al menos 15 años que no le había visto.

Nos preguntó por nuestras vidas y le contamos lo que había.
Recordaba a David de pequeñín, cuando tendría 4 o 5 años. Hoy tiene 22. El tiempo pasa.
Él tenía buen semblante y transmitía una sensación muy similar a como le recordaba.
Ha cumplido los 72 recientemente.

Y le preguntamos por él.
El cambio de rostro le delató de inmediato.
Hacía cuatro años que había enterrado a su mujer. Era gallega. La recordábamos.
La enterró en Galicia, y desde entonces, vive junto a su perra una temporada en Valencia y otra en Galicia.
No tuvieron hijos. Está solo.
De inmediato sus ojos lanzaron un brillo mate, consecuencia de la humedad que provocan unas lágrimas a punto de desbordarse.
Y el pasado siete de julio (San Fermín), lo intervinieron de urgencia para extirparle un carcinoma de pulmón.
Su cuerpo acumula, desde entonces, treinta y una sesiones de radioterapia y unas cuantas de quimioterapia. No sabe cuando acabarán estas últimas.
Un tanto sobresaltados en nuestro interior le abrazamos tratando de compartir su pena.

¡El tabaco, Juan, el tabaco!. Me decía.
Él me recordaba como fumador que era.
Hoy he perdido la cuenta de los años que llevo sin fumar.
Creo que son doce, aunque no podría afirmarlo con rotundidad.
Lo dejé incluso antes de que una EPOC asaltara a mi padre y le dejara, hace ya ocho años, pegado a una botella de oxígeno como consecuencia de su anterior vida de fumador.

En esto que llegó el autobús.
Subimos, y nos acomodamos los cuatro (nuestra amiga, nosotros dos y Alex) en un rinconcito del mismo.
Pensé para mis adentros que la vida había querido que, ese día, compartiéramos trayecto con dos personas cuyas almas presentaban heridas visibles y recientes.
Parecía que asistiríamos a una especie de conversación-velatorio o a una suerte de intercambio de palabras, muy comedidas por nuestra parte, al objeto de no levantar mayores emociones.

Pero de repente, algo sucedió y Alex soltó un chiste.
Un chiste que fue preludio de otro, y otro, y otro. Muchos de ellos vinculados a sucesos reales ocurridos a lo largo de su reciente enfermedad.

Les dijo a todo el personal presente en el quirófano, momentos antes de que le anestesiaran: Sepan ustedes que estoy encantado de conocerles. Espero que volvamos a vernos, pero si acaso no es así, que tengan un buen día.

Y así sucesivamente hasta llegar a un punto tal que cualquier cosa que pasaba a nuestro alrededor, ya ocurriera dentro o fuera del propio autobús, terminaba en su boca convertida en un agudo comentario que, transformado por su gran sentido del humor, no tardó en provocarnos tales carcajadas que -sin lugar a dudas- llamában poderosamente la atención del resto de "transportados", algunos de los cuales se unieron de inmediato al recital de risas.

No tardaron en aparecer las bien llamadas lágrimas de la alegría. Esa brillantez de ojos (con una cualidad completamente distinta a la relatada anteriormente) fruto de una tremenda explosión de júbilo incontenible en todo nuestro ser.
Nuestra amiga, hacía verdaderos esfuerzos por mostrar alguna sonrisa... pero claramente contenía sus impulsos, impidiendo que se manifestaran en forma de torrente de gozo.

En pocos minutos, hasta me dolía el estómago; y el ataque de risa era tal que no me quedaba otro remedio que encogerme y tensar el cuello para tratar de mantenerlo dentro de unos límites aceptables para el resto de pasajeros.
Lo mismo le sucedía a Alex.
Fueron unos veinte minutos que me parecieron apenas dos.

Llegó la parada de Alex. Nos despedimos con un abrazo y una mirada que lo decían todo.

A partir de ahí todo ese bullicio anterior fue reconvirtiéndose a una moderada conversación entre Verónica y yo.
Nuestra amiga continuó prácticamente impasible. Llegó su parada y se apeó. ¡Chao!, nos vemos mañana.
Seguimos hasta la parada cercana a nuestra casa.
Me sobrevenía la risa cada vez que recordaba alguno de los chistes que Alex acababa de regalarnos.

Y unas palabras retumbaban en mis adentros.

Muchas veces me retumban palabras en mis adentros.
Cuando esto sucede... les presto oídos.
Realmente no son oídos físicos.
Son los oídos con que, además, escucho el silencio.
Y esas palabras parecían decirme que....idénticas circunstancias pueden vivirse de modo completamente distinto.

Probablemente, depende de nosotros mismos el matiz que acaba convirtiéndolas en un chiste...o en un semblante triste. No tengo duda alguna.

Siempre me pregunto si estos encuentros fortuitos, que la vida nos ofrece, son fruto realmente de la casualidad.

No se si Alex nos necesitaba ese día.
Tampoco si nosotros lo necesitábamos a él.

Pero parece que ambos aprendimos algo nuevo de nuestro "casual" encuentro.

A mi me queda el buen sabor de otra lección aprendida.
Un día más en el camino.

Confío en que mi interior alberge también esa semilla que ese día...hizo brotar del interior de Alex...la planta de la alegría...y sus flores de risas.

La percibo... y como agricultor aficionado que soy...procuro darle los cuidados necesarios.
De lo que se cultiva, se cosecha.

Artea

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Ese¡mecaguenlaleche! ya hasia tiempo que no lo habia entendido. :-D
Ce genre de rire, de bonne humeur est très contagieux, la fin de journée, de semaine, parfois aussi quand on est fatigué, on rit facilement.
Rire est quelque chose de merveilleux, un peu de bien être sur notre fabuleuse terre.
Merci pour ton récit!

Artea dijo...

Hello Angie.

I celebrate to see you here.
Enchanted by your answer.
All we needed to laugh much more.
I think.

Kisses for you. :$

Ashbless dijo...

A veces se abren las nubes, nace una flor en medio del asfalto o nos encontramos con quienes creiamos perdidos...

Pero siempre somos nosotros los que sonreimos o lloramos. Llevo un par de dias dandole vueltas a una frase de Bruce Lee, que no debia ser solo artista marcial sino tambien persona, porque dijo cosas como esta

'Elija ser positivo. Usted tiene esa opción, es el dueño de su actitud. Elija ser positivo, constructivo. El optimismo es el hilo conductor hacia el éxito.'

Artea dijo...

Que duda cabe, querido Ashbless que somos nosotros quienes modelamos todo aquello que nos sucede.

Ya sea porque lo tamizamos a través del filtro de nuestro propio ego...o simplemente porque dejamos que "aquello" actúe en nosotros.

Coincido con el pequeño dragón. ¿Podemos elegir? ¡Hagámoslo!.

Pensar, sentir y actuar...en una misma dirección.

Un cordial saludo. ;)

marcada dijo...

Este sí que es Artea en estado puro, el relato de su presencia...
:)

Artea dijo...

Si tu lo dices.... :D

Anónimo dijo...

Lo intento...y la mayoría de las veces, lo consigo...
"Optimismo vital" ;)

Artea dijo...

Querer es poder.... según dicen.

:)

Wuwei dijo...

Quería subir un post con los diez cuadros del boyero y estaba buscando en Google el texto que tengo colgado en mi zendo-habitación -para así no tenerlo que transcribir- y de repente me di de bruces con tu blog.

Lo primero que vi es que el texto que tú tenías no era exactamente el texto que estaba buscando; pero me llamaron la atención algunas cosas que leí y guardé el blog en favoritos.

Hoy he vuelto a entrar con más detenimiento. Acabo de leer este relato y todavía siento un hormigueo que me sube por la columna, y endorfinas jugueteando por todo el cuerpo.

Gracias. Leerte ha sido un enorme placer.

Que sepas que desde ahora tienes otro lector más engrosando las tropas :o))))

Y tengo que decirte algo más: no sé si es casualidad o chifladura mía, pero creo que os conozco. No estoy seguro del todo, pero aunque a tí no acabo de ponerte cara, intuyo que a Verónica sí. Pregúntale si alguien, alguna vez, en un lugar de la provincia de Guadalajara le ha dicho que se parece a su prima Isabel. En caso de que así sea creo que nos conocemos; si no es así, perdonad por la paranoia.

En todo caso Gassho a ambos y felicidades por el blog.

Artea dijo...

Hola Wuwei.-

Toda una suerte habernos encontrado en este mundo virtual.

Es probable que te conozcamos ambos. Desde luego Verónica sí, aunque dice que no logra ponerte cara en este momento.

Tiempo habrá.

Gassho.

Susana dijo...

Bueno, y por fin vuelvo al lugar donde todo empezó.
Si no recuerdo mal éste fue el primer post que leí en este blog, el tuyo.
Y hoy sí que no quiero resistir la tentación de dejar mi comentario, porque si hay algo que valoro es que alguien me haga reir; y tu lo hiciste. Y como es algo que valoro nadie sabe cuánto, pues me hice fija por estos lares.

Abrazos risueños...

Artea dijo...

Has vuelto al principio.

Es lo que suele sucedernos a los viajeros.
Iniciamos un largo viaje, y al llegar al destino descubrimos que, en realidad, volvemos a estar en el punto de origen.

Todos tendemos hacia el origen.
No es una cuestión de simple terruño. Siempre es algo más.

Suele ser el crisol donde se mezclan nuestros metales para dar lugar a una joya: nosotros mismos.

Y me alegro mucho de haberte hecho reir aquél día.
Quizá pueda conseguirlo en lo sucesivo.

Un gran abrazo Susana