06 febrero 2009

Tiempo libre

Distorsionar la realidad

Fotografía de faragocito

No hay mayor tiempo perdido que pasarse la vida corriendo.
Carl Honoré.


No hace mucho tiempo mantuve una agradable conversación con un buen amigo.
Acompañados de unas cervezas y algo de picoteo, charlamos y razonamos sobre lo divino y lo humano hasta acabar en un tema que, con él, siempre resulta algo polémico: el tiempo libre.

Mi amigo es una excelente persona, pero se queja continuamente de carecer de tiempo libre.

Acabé proponiéndole realizar, entre los dos, una especie de cuadro horario en el que detallara las ocupaciones que tenía ordenadas por franjas horarias. Aceptó.
Lo hicimos entre ambos; y finalmente teníamos una suerte de agenda semanal que podríamos considerar como la foto fija de su actividad habitual en cualquier semana de su vida actual.




Una vez realizado este ejercicio, le anime a que comentáramos las impresiones y sensaciones que tanto uno como otro teníamos al respecto.

Muchas veces solo vemos el mundo a través de nuestros ojos, y filtrado por toda una serie de condicionantes propios que nos impiden ver las cosas “de otro modo”.
Una visión externa, de máxima confianza y sin ningún otro ánimo que expresar “otro punto de vista” sobre todo aquello que nos rodea, y hasta de nosotros mismos, puede ayudarnos a comprender algunas cegueras que todos solemos padecer.

Aclarados estos extremos, y con el despliegue horario semanal ante nuestros ojos, nos dispusimos a expresar nuestras sensaciones.

Era obvio que mi amigo carecía de tiempo libre. La visión de su jornada diaria era una continua concatenación de actividades, una tras otra, que apenas dejaban algún pequeño hueco para retomar fuerzas previamente a emprender, de nuevo, otra actividad.
Estaba claro que su afirmación de que no disponía de tiempo libre estaba muy fundamentada.

Y dado que, lógicamente, no parecía una cuestión de falta de organización de su tiempo, cabía pensar que ese ritmo y esa continua actividad debían hacer a mi amigo muy feliz.

Nada de eso, me dijo.
¡Sorpresa!, pensé para mis adentros antes de preguntarle...

Si has organizado tan bien tu tiempo, con una secuencia que completa perfectamente todos los segmentos horarios del día, ¿cómo es que esta gran obra tuya no te satisface?.

Joder Juan, pues ¿no te das cuenta de que no tengo un minuto libre?.

Su respuesta era, precisamente, la clave del problema.

Y, entonces, -le dije- ¿porqué no has llenado tu agenda con tiempo libre?

Se quedó mirándome. Ambos nos miramos.
En ese preciso instante, fue consciente de que yo no estaba usando un simple juego de palabras, ni tampoco me estaba cachondeando de él.

En un instante tomó consciencia de que se le había “olvidado” programar su tiempo libre.

Mira... le dije.

Si no eres consciente de que tu tiempo libre forma parte de tu vida, y de que esa “parte” es tanto o más importante que la parte de tu tiempo “ocupada”, será imposible que esta dinámica no acabe convirtiéndose en la pescadilla que se muerde la cola.

Su nivel de estrés es creciente, y su sensación de que el tiempo se le escapa entre las manos le genera una carga extra de ansiedad... que acaba necesitando una mayor dosis de estrés para ser mantenida.

Queda claro que hay cuestiones que no pueden desatenderse en el normal desarrollo de un día de nuestras vidas. Las obligaciones profesionales están ahí para ser cumplidas. Los segmentos horarios necesarios para reparar fuerzas (comer y dormir) deben también respetarse, e incluso -si existe posibilidad real- estirarse. Pero es normal, como pasaba en el cuadro horario de mi amigo, que un montón de actividades, por lo común sin tiempos controlados, ni finalidades bien definidas, ni objetivos concretos -en términos de satisfacción personal- acaben “llenando” horas y horas de la semana sin que nos demos cuenta de que, el resultado final, acaba perfilándose en la dirección contraria a las intenciones iniciales con que las comenzamos.

Incluso su propia disponibilidad, para todo, a cualquier hora, hacían que mi amigo ni apagara el móvil, ni el ordenador portatil, ni todos los mecanismos de comunicación con el exterior.
Se le había olvidado que hay que tener, siempre, un tiempo para no-estar.

Analizamos una a una todas sus actividades, viendo en realidad cuál era el trasfondo emocional y vital que le estaban dejando.
Tras un par de horas de darle a la sin hueso, mi amigo parecía haber descubierto un nuevo enfoque a su “semana tipo”.

Han pasado varias semanas desde entonces.
Y ayer pudimos conversar por teléfono.
La cosa ha cambiado notablemente.
Su estrés ha aumentado, en cierta medida, como consecuencia de disponer de “tiempo libre”.
Es una situación normal hasta que su cuerpo y su mente se ajusten nuevamente y procuren caminar al unísono.
Cuando el cuerpo se queda quieto, en normal que la mente se inquiete.
El tiempo, y la dedicación de esos “espacios silenciosos” a “otras cosas” distintas, con un perfil más personal, con un horario medido meticulosamente, con un ritmo y velocidad “distintos” al habitual en el resto de la jornada y orientadas al cultivo de la satisfacción personal (no confundir con el egoismo)... acaba dando sus frutos.

Ayer mismo, su tono al conversar había decrecido unos pocos decibelios respecto de lo que era habitual en él.
Ha dejado alguna de sus anteriores actividades, sin llenar ese tiempo con otras.
Se está dando tiempo para dejar que las cosas “vayan sucediendo”.

Está planteándose pedirle a su jefe un “descenso” que lo sitúe en un nivel de responsabilidad (no de actividad) más bajo del actual. Tiene miedo de que aquél lo interprete como un desaire cara a la empresa y, de momento, no quiere dar ese paso. No le importaría sacrificar una parte de su salario para conseguirlo.

Nos reímos bastante en este diálogo telefónico.

Y es que mi amigo, se ha dado cuenta de que tenía -a su vez- un gran amigo que le era completamente desconocido: él mismo.

Artea.

Ajustar la realidad

Fotografía de fabianguiza

Carl Honoré es canadiense, escritor, periodista y analista del movimiento Slow.
Autor de El Elogio de la Lentitud y Bajo Presión: cómo rescatar a nuestros hijos de una paternidad frenética, cuya lectura recomiendo a todo el mundo.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante el ejercicio que hiciste con tu amigo, Artea. Tal vez si nos lo planteásemos en serio todos podríamos encontrar algún rato para nosotros mismos, aunque fuese para hacer nada más que escuchar lo que tenemos que decirnos.
Hace un par de años me encontré en una situación de insatisfacción total con mi vida y conseguí superarla gracias a la ayuda (inconscente en parte) de dos grandísimas personas, a las que quiero con locura, y gracias también a que huí de todo y me refugié en el pueblo, donde no se puede hacer absolutamente nada. Por no haber no hay apenas cobertura para el móvil, y sólo pillo una emisora de radio... Para que te hagas una idea.
El caso es que después de mucho pensar, pasear, mirar estrellas y hablar con mi amigo y conmigo misma llegué a la conclusión de que todo está a nuestro alcance si de verdad lo queremos, y esto sirve también para nuestro tiempo libre. Aunque ahora tengo las ideas mucho más claras, nunca está de más leer algo como lo que has escrito para revisarlas.
Abrazos pretos.

alestedemadrid dijo...

Me ha gustado mucho tu post. Tomo nota de los libros...ya te contaré

Artea dijo...

Re-holas Susana.-

No creo que haya nadie, absolutamente nadie, que no sea capaz de encontrar "su" tiempo... si verdaderamente desea encontrarlo.

Tenemos tanto derecho a "nuestro" tiempo como al que dedicamos a "otros".

Tampoco tengo muy claro que este o aquel tiempo pueda calificarse de libre o no libre.
Quizás lo que yo considere tiempo libre pueda resultar agobiante para otros, o viceversa.

Por tanto, quería referirme -en realidad- al tiempo que, de verdad, nos dedicamos a nosotros mismos.

Esos espacios silenciosos, que podemos dedicar al no-estar, al no-hacer.

Hacer varios "altos" en el camino diario... de pocos minutos cada vez... para estar con nosotros mismos... con toda intensidad... para retomar la conciencia de nuestros cuerpos... de nuestros ritmos... de nuestros pensamientos positivos... de nuestras emociones... nos aportan una profundidad a la que -particularmente- no pienso renunciar bajo ningún concepto.

Porque a la vuelta, cuando retomamos el camino, volvemos a sentir el suelo bajo nuestros pies... y el cielo sobre nuestras cabezas.

Abrazos a discreción.

Hola alestedemadrid.. :)

Ya he apuntado varias cosas sobre el movimiento Slow en esta casa. A buen seguro que las habrás encontrado.

También hay mucha información en la red.

Carl Honoré, a quien solo he leido, es un tipo encantador.

Y sus libros, una buena brújula con la que navegar en mares revueltos.

Un abrazo.

Fenix dijo...

Saludos caminante, la meta es el camino mismo,...caminemos entonces, confiemos en la existencia. Me llamo Gustavo, te invito a mi blog www.existirautentico.blogspot.com, alli hay existencialismo, zen, poesia, tao te king,...volvere a pasar por aqui, un abrazo, compartiendo el camino :-)

Artea dijo...

Hola Gustavo.-

Encantado de saludarte, y agradecido por tu visita.

La meta es el camino mismo. Así lo creo, y así trato de vivir mi existencia.

En en cada pequeño acto, en cada pequeño gesto, en cada inspiración y en cada paso, donde tenemos -de verdad- la oportunidad única e irrepetible de vivir el momento presente.

No hay otro que tenga verdadero contacto con la realidad.

Y si además, esa actitud previa es un reflejo de un interior transparente y sereno... la vida puede convertirse, independientemente de su duración, en algo realmente interesante.

Paso por tu blog, descuida.
Nos iremos viendo.

Un abrazo.

Sean dijo...

Hola Artea, muy interesante la entrada :D hoy en día carecemos de tiempo para nosotros mismos y es esencial e importantisimo hacer un parón en el camino.

Tu amigo, al igual que todos, necesita un tiempo para él mismo, un tiempo en el que dejar un poco de lado el estrés de su vida diaria y recuperar fuerzas.

Un abrazo bien fuerte Artea y cuidate mucho.

Saludos

Artea dijo...

Hola Sean.-

Está claro que el ritmo frenético que ha adquirido la sociedad actual imprime en nuestras vidas una dosis extra de actividad que, si no es compensada con su equivalente de satisfacción personal, acaba derivando en una suerte de "continuo estrés" que no es otra cosa que una huida hacia delante (al menos como actitud interior).

Es imprescindible incluir en nuestro calendario, cada vez más, momentos para simplemente no-estar.

No-estar, aunque parezca contradictorio es la mejor manera de "estar" consigo mismo... pues la ausencia de disponibilidad y estímulos externos es, precisamente, lo que desencadena la posibilidad de que uno esté (bien o mal, mejor o peor) sólo consigo mismo.

A algunos les resulta aburrido, en tanto que a otros les parece terrorífico.

Porque cuando estás solo, contigo mismo, absolutamente solo... tu cuerpo y tu mente y tu psique se encuentran cara a cara. No siempre es una experiencia agradable... porque a veces, no queremos ver precisamente aquello que llevamos dentro.

El tiempo libre, tal cual he intentado expresar en este artículo es, para mí, no un tiempo para llenar de "otra cosa distinta al trabajo" pero a fin de cuentas que también obliga a una relación con el mundo (hacer deporte en equipo, tomar unas copas con los amigos, etc...)

Todo eso también es importante... pero al final no es tu tiempo libre.

Tu tiempo libre es tuyo, y de nadie más. No es un tiempo para compartir con nadie, sino contigo mismo. Es tu tiempo.

Aunque parece que por lo general, no nos gusta demasiado estar solos.

Habrá que aprender a hacerlo y permitirnos esos espacios y esos tiempos. El resultado... con el tiempo... puede ser francamente satisfactorio.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Me he sentido reflejado en tu amigo. En mi caso, tengo tiempo libre, procuro tenerlo en abundancia. El problema es que ese tiempo libre lo dedico en hacer cosas que me gustan: leer, cine, fotografía, el blog, una asociacion cultural, aprender percusión, la huerta, hacer arreglos en casa...
Bien ya habrás visto cuál es el problema, al final la gestión del tiempo libre acarrea un montón de actividades que, finalmente y dependiendo de la época del año, generan estrés. Tantas cosas qué hacer... y tan poco tiempo.

Artea dijo...

Bueno, pues ya te diste cuenta, querido Lughnasad.

Todas esas actividades, no cabe duda, placenteras están muy bien, y tiempo hay que tener para ellas.

Pero tiempo para no-estar-haciendo-nada también hay que tener.

Cerrar los ojos. Escuchar el silencio. Sentir la respiración. Dejar quietos cuerpo y mente (si se dejan).

Ya sabes, wu-wei: no-hacer.

:)

Un abrazo.