01 marzo 2009

El portero del botiquin

Botiquin

Fotografía de Abandonalia

No había en el pueblo peor oficio que el de portero del botiquín.
Pero... ¿qué otra cosa podría hacer aquel hombre?
De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio.

Un día se hizo cargo del botiquín un joven con inquietudes, creativo y emprendedor.
El joven decidió modernizar el negocio. Hizo cambios y después citó al personal para darle nuevas instrucciones.

Al portero, le dijo:
A partir de hoy usted, además de estar en la puerta, me va a preparar un informe semanal donde registrará la cantidad de personas que entran día por día y anotará sus comentarios y recomendaciones sobre el servicio.

El hombre tembló, nunca le había faltado disposición al trabajo pero.....
Me encantaría satisfacerlo, señor - balbuceó - pero yo... yo no sé leer ni escribir.

- ¡Cuánto lo siento!

-Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida.

No lo dejó terminar:
- “Mire, yo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Le vamos a dar una indemnización para que tenga hasta que encuentre otra cosa. Así que, lo siento. Que tenga suerte”.

Y sin más, se dió vuelta y se fue.



El hombre sintió que el mundo se derrumbaba.
Nunca había pensado que podría llegar a encontrarse en esa situación. 
¿Qué hacer?

Recordó que en el botiquín, cuando se rompía una silla o se arruinaba una mesa, él, con un martillo y clavos lograba hacer un arreglo sencillo y provisorio.
Pensó que esta podría ser una ocupación transitoria hasta conseguir un empleo.
El problema es que sólo contaba con unos clavos oxidados y una tenaza mellada.
Usaría parte del dinero para comprar una caja de herramientas completa.
Como en el pueblo no había una ferretería, debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra.

¿Qué más da? Pensó, y emprendió la marcha.
A su regreso, traía una hermosa y completa caja de herramientas.

De inmediato su vecino llamó a la puerta de su casa.

- Vengo a preguntarle si no tiene un martillo para prestarme.
Mire, sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar... como me quedé sin empleo...
- Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano.
- Está bien.

A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó la puerta.

Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende?
No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería está a dos días de mula.

Hagamos un trato -dijo el vecino-
Yo le pagaré los dos días de ida y los dos de vuelta, más el precio del martillo, total usted está sin trabajar. ¿Qué le parece?.
Realmente, esto le daba trabajo por cuatro días... Aceptó.

Volvió a montar su mula.
Al regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa.
Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo?
- Sí...

Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatro días de viaje, más una pequeña ganancia. Yo no dispongo de tiempo para el viaje.

El ex-portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue.

"...No dispongo de cuatro días para compras", recordaba.
Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara a traer herramientas.
En el siguiente viaje arriesgó un poco más del dinero trayendo más herramientas que las que había vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo de viajes.

La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje.
Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes.

Alquiló un local para almacenar las herramientas y algunas semanas después, con una vidriera, el local se transformó en la primera ferretería del pueblo.
Todos estaban contentos y compraban en su negocio.
Ya no viajaba, los fabricantes le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente.
Con el tiempo, las comunidades cercanas preferían comprar en su ferretería y ganar dos
días de marcha.

Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricar para él las cabezas de los martillos. Y luego, ¿por qué no? Las tenazas... y las pinzas... y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos...
Para no hacer muy largo el cuento, sucedió que en diez años aquel hombre se transformó con honestidad y trabajo en un millonario fabricante de herramientas.

Un día decidió donar a su pueblo una escuela. Allí se enseñaría, además de leer y escribir, las artes y oficios más prácticos de la época.
En el acto de inauguración de la escuela, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad, lo abrazó y le dijo:

Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su firma en la primera hoja del libro de actas de la nueva escuela.
El honor sería para mí - dijo el hombre -.
Creo que nada me gustaría más que firmar allí, pero yo no sé leer ni escribir. Yo soy analfabeto.

¿Usted? - dijo el Alcalde, que no alcanzaba a creerlo.
-¿Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir?. Estoy asombrado.
Me pregunto, ¿qué hubiera sido de usted si hubiera sabido leer y escribir?

- Yo se lo puedo contestar...respondió el hombre con calma.
Si yo hubiera sabido leer y escribir... sería portero del botiquín.

9 comentarios:

marcada dijo...

Bucay, me encantan sus "cuentos".
;)

Susana dijo...

Afán de superación, o instinto de supervivencia? Quizá deberíamos aprender del portero.
Abrazos pretos.

Wuwei dijo...

Muy bueno.

:o)

Anónimo dijo...

El cuento está bien, aunque demasiado moralizante para mi gusto. Lo que no sé es por que dices que es de Bucay.

Artea dijo...

Hola Marcada.-

No se si es de Bucay.
No lo encontré entre su literatura.

Un saludete.

Hola Susana.-

El fondo del cuento trata de hacernos ver cuán necesario puede ser un cambio en nuestras vidas.
Al menos así lo entiendo yo.
La resistencia al cambio no lleva a ningún sitio... en medio de un mundo cambiante.
La adaptación al cambio puede depararnos más de una sorpresa.

Un abrazote.

Hola Wuwei.-

Ya sabes... casi todo se esconde detrás de los cuentos.

;)

Hola Lughnasad.-

Acepto tu punto de vista; aunque claro está, me he limitado a copiarlo.
No está firmado por mi.
Lo saqué de un libro de inteligencia emocional...donde no se cita al autor.

Yo no dije que fuera de Bucay.
Realmente no lo se.
Igual Marcada nos lo aclara.

Un fuerte abrazo.

Anónimo dijo...

Hola Artea. Sigo leyéndote en algún momento del día, bien al comienzo o al final del mismo. Es un bálsamo importante (y algo más) para tanta actividad diaria.

Es curioso, pero lo primero que me ha sugerido el cuento no es ni el afán de superación ni la necesidad de adaptarnos al cambio. Todo lo contrario: el portero del botiquín me ha provocado una gran compasión. Él trabajaba de la mejor manera que podía, tenía afán y disposición para ello. ¿Por qué prescindir de él de forma tan rotunda? Toda la vida estuvo haciendo un trabajo que nadie quería.
Así, como actúa el joven emprendedor, es como a veces tratamos y nos tratan los demás. No llegamos a ver el auténtico talento del que tenemos en frente; ni apreciar sus carencias y sus propias limitaciones, nuestras también.
¿Acaso hubiera podido ese joven jefe, dinámico y superficial, que busca resultados inmediatos, rápidos, novedosos, eficaces, realizar la tarea de portero del botiquín que hizo durante tantos años? ¿acaso no fue competente en lo suyo? ¿No hubiera sido mejor enseñarlo a leer y a escribir?

Un abrazo,
Eno

Artea dijo...

Hola Eno.-

Comparto, en buena medida, tu punto de vista respecto del cuento... si comenzamos a reflexionar sobre él.

Qué duda cabe la historia puede verse desde diferentes ángulos. En ello reside, de hecho, la grandeza de los cuentos y relatos... en que a cada cual le sugieren algo distinto y al tiempo enriquecedor.

Probablemente actúan a modo de espejo. Si lo primero que te surgió tras la lectura fue la compasión, es muy probable que por ahí adentro se esconda un Eno compasivo. O quizás no esté siquiera escondido.

A mi no me cabe duda que el portero era una persona feliz con su trabajo en el botiquín. Y probablemente no hubiera necesitado nada más para sentirse plenamente realizado. Ni siquiera leer y escribir.

El mundo le trajo un cambio que no pudo esquivar (en forma de ejecutivo agresivo, quizás) y bien pudo haberse derrumbado (así reza el cuento) o quedar en manos del destino... pero acabó en otra senda.

Desconozco si su elección fue fruto de las circunstancias. Ni siquiera estoy seguro de que eligiera algo por sí mismo. Probablemente él no hizo realmente nada... y algo acabó haciendo por él... casi todo.

Tampoco se si el alcalde estaba en lo cierto y si nuestro amigo, reconvertido a empresario triunfante era o no feliz con esta nueva forma de vida.

Pero a mi, el mensaje que el cuento me sugiere es, desde luego, la aceptación activa del cambio, representado en el momento justo en que el hombre emprendió la marcha hacia el pueblo que estaba a dos días. Algo que no había hecho nunca. Ni siquiera se le había ocurrido que tendría que hacerlo algún día. Él, que duda cabe, se sentía muy seguro en su puesto de portero.

Podría haber llamado a su sindicato, demandado al joven jefe, o miles de otras cosas. Pero, movido por algo "sencillo y provisorio" emprendió la marcha... lo que a mí me sugiere que, independientemente de cualesquiera otras acciones que puedan hacerse (todas ellas muy legítimas y seguramente recomendables), surgió desde sus adentros una aceptación del cambio (quizás algunos lo vean como resignación).

Bajo mi punto de vista, esa dinámica de movimiento interno es lo que le hizo seguir adelante en una situación en la que nunca pensó que pudiera encontrarse.

Quien sabe qué situaciones en las que nunca pensamos encontrarnos, pueden realmente tropezar con nosotros.

Y si así sucede ¿cómo actuaremos?
Este es un modelo, como otro cualquiera. Ni mejor ni peor.

Siempre he pensado que hay que aceptar aquello que la vida nos trae, independientemente de si hoy os viene bien o no, de si nos gusta o no. Viene, no podemos esquivarlo...y hay que vivirlo (aceptarlo).

Cada uno lo hará a su modo y manera.

Seguramente, por mi modo de ser, hubiera preferido ser el personaje portero que el mismo personaje empresario final del relato, ya triunfador (aunque al menos altruista).

En mi caso, hubiera preferido que sucediera al reves. Digamos que me atraen más los "descensos" que los "ascensos".

Cosas de la vida.

Un fuerte abrazo Eno.

botiquines dijo...

Interesante! Saludos

Artea dijo...

Parece que el mundo del marketing trata de echar raíces más allá de sus propios cauces...