13 julio 2008

Conduciendo en el camino

Conduciendo el destino


Hoy mientras conducía, convenientemente acompañado de mi querida Verónica y un estupendo disco, venía a mi cabeza alguno de esos ensueños que me asaltan en cualquier lugar y situación.

De una parte, pensaba hacia mis adentros que resulta complicado conducir a 100 km/h por una autovía. Vas tranquilamente por tu carril derecho y todo el mundo se te echa encima. Hasta algunos camiones me adelantan. Y si, ocasionalmente, tengo que adelantar alguno... no tarda en aparecer por detrás alguien encendiendo luces.
Por supuesto que yo sigo a mi velocidad hasta adelantar al vehículo; haciendo caso omiso de toda inquisitoria señal luminosa o acústica. Ni que decir de los gestos que amablemente me brindan en cuanto se adelantan en el camino.

Simplemente les veo marchar...mientras continuo mi camino.
Ellos parecen haber encontrado el suyo; aunque esta claro que mi ritmo es distinto al de la inmensa mayoría.
Cosa que por cierto me permite ver como transcurre el viaje.

Cuando subo al coche, suelo regalarme al menos uno o dos minutos antes de encender el motor.
Me siento tranquilamente. Me pongo el cinturón tranquilamente... y tomo conciencia de mi propio cuerpo.
Hago algunas respiraciones profundas y suaves.
Tras ellas, enciendo el motor.
Todo mi cuerpo siente en ese momento el coche.
Sus límites. Su potencia. Su apenas perceptible sonido.

Se produce una especie de fusión con el vehículo; cuyo destino viene marcado por quien lo conduce..., yo.

Y así salgo a la carretera. Al camino.




Porque, salvo en muy contadas ocasiones, para mi lo importante es el trayecto...el camino.

Origen, camino y destino simbolizan en ese espacio-tiempo del viaje, mi propio devenir.
Detrás, el pasado que se aleja a través del retrovisor.
Delante, el futuro que se adivina como destino.
Y en el momento presente, a cada metro, yo y el vehículo... haciendo camino.
Yo conduzco, él me lleva.

Cada curva, cada recta, cada pendiente... un camino por descubrir.
Un camino que hay que trazar, navegar, atravesar.
Con su técnica. Con la conciencia abierta.
Con la mirada puesta en el horizonte.
Haciendo camino.

Y así es que van consumiéndose los kilómetros, y las canciones, y la entretenida charla con Verónica... casi siempre acompañada -por su parte- de alguna tierna caricia hacia mi mano más cercana.

Y sigo oteando el horizonte; y el retrovisor.
Y el camino se va andando, y mis ensueños se van disolviendo en esa atención continuada a cada momento, a cada instante... plenamente fundido con el vehículo como si no fuéramos otra cosa que una única entidad.

Unidos hacia un destino. Hacemos el camino.

Artea

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Esa autovía me suena mucho, del mismo modo también me resulta familiar el post. En fin, serán cosas mías... ;p

marcada

Artea dijo...

Iré viendo por si apareces por el retrovisor haciendo luces.

:D

Susana dijo...

Qué bonita entrada, Artea!
Nunca se me habría ocurrido describir así una forma reposada de conducir, aunque me veo reflejada en ella. Últimamente he empezado a saludar a quien me encorre... Con frecuencia se sorprenden y aflojan (momentáneamente) el pie del acelerador. La pena es que pronto se recuperan y vuelven a apresurarse.
Abrazos.

Artea dijo...

Yo busqué un ritmo pausado.
Me costó mucho encontrarlo.
Soy aficionado a los coches y a la velocidad. Y lo sigo siendo, pero televisado.

Me costó mucho bajar la media de velocidad a 100 km/h. Entre otras cosas porque mi vehículo tiene 160 caballos de potencia y, si se le quiere dar, da mucho. Tanto como consume, por supuesto. :D

Pero al final he descubierto mi ritmo.
100 km/h en autovías (no suelo usar autopistas de peaje) y unos 80 en el resto de vías.
Si un día hay que darle más, se le da.

Pero lo importante es el tiempo que te das para conducir, y desde luego, tener muy claro que la meta es el viaje... no es destino.

Cuesta, pero puede encontrarse.
Yo lo he hecho.
Y no soy nadie excepcional.

Así que busca tu ritmo, y verás como poco a poco, todos los ritmos de tu vida acaban acoplándose a esa pulsación interior.

Un fuerte abrazo.