14 marzo 2009

El santo y el pecador

Piedras en el camino

Fotografía de Luís Echanove

Había una vez un devoto derviche que creía que era su obligación reprochar a quienes cometían maldades e imponerles pensamientos espirituales, para que encontrasen el buen camino.

Lo que, sin embargo, no sabía este derviche era que un maestro no es únicamente el que dice cosas a los demás actuando conforme a principios fijos.

A menos que el maestro conozca exactamente cuál es la situación interna de cada estudiante,
puede producir lo contrario de lo que desea.

No obstante, este devoto encontró un día a un hombre que jugaba en exceso y que no sabía cómo curarse de ello.
El derviche se situó frente a la casa de dicho hombre.
Siempre que éste salía hacia la casa de juego, el derviche colocaba una piedra para marcar cada pecado, formando un montón que fue acumulando como recordatorio visible del vicio.
Cada vez que aquel hombre salía, se sentía culpable.
Cada vez que volvía, veía otra piedra en el montón.
Cada vez que el devoto añadía una piedra al montón, sentía cólera contra el jugador y un placer personal (que él llamaba “bienaventuranza divina”) por haberle recordado su pecado.

Este proceso continuó durante veinte años.
Cada vez que el jugador veía al devoto se decía a sí mismo:
¡Ojalá pueda entender la bondad! ¡Qué gran santo trabaja por mi redención! ¡Ojalá pudiera arrepentirme y simplemente volverme como él, ya que él está seguro de tener un lugar entre los elegidos cuando llegue el tiempo del desquite!

Así pues, sucedió que ambos hombres murieron el mismo día, a causa de una catástrofe natural.

Un ángel vino a tomar el alma del jugador, diciéndole con amabilidad:
Has de venir conmigo al paraíso.

Pero, -dijo el jugador-, ¿cómo puede ser esto?
Soy pecador y debo ir al infierno. ¿No estarás buscando al devoto que se sentaba enfrente de mi casa ya que ha estuvo intentando reformarme durante dos décadas?

¿El devoto?, dijo el ángel.
No, está siendo llevado a las regiones inferiores, pues ha de ser achicharrado sobre un asador.

¿Qué clase de justicia es ésta?, -exclamó el jugador, olvidándose de su situación-, ¡has debido de tomar las instrucciones al revés!.

Como voy a explicarte, no es así, contestó el ángel, es de la siguiente manera:
El devoto ha estado complaciéndose a sí mismo durante veinte años con sentimientos de superioridad y de mérito.
Ahora le toca reequilibrar la balanza.

En realidad, él ponía aquellas piedras en aquel montón para sí mismo, no para ti.

¿Y qué hay de mi recompensa?, ¿qué es lo que yo por méritos propios he ganado?, preguntó el jugador.
Has de ser recompensado, porque cada vez que pasabas delante del derviche, pensabas en primer lugar acerca de la bondad y en segundo lugar acerca del derviche.

Es la bondad, y no el hombre, la que está recompensando tu fidelidad.

Cuento Sufí.

4 comentarios:

Tormenta. dijo...

Sabes no sé pensaba mientras leía el cuento(que es genial)..
que ojalá siempre fuera así en la vida real, que se vieran recompensados, las buenas obras, porque en verdad, no siempre es así, y salen más favorecidos, los que no hacen mucho por los demás, no sé si me explico...
Supongo.. que si hay algo ahí fuera cuando no estemos..tal vez es cuando tengamos esa recompensa.. a saber!.
Me encantó, un besazo Artea!.

Susana dijo...

Un nuevo cuento de estos que tanto me gustan, especialmente después de un duro finde como éste.

Me gustaría poder comentar comentar, pero como un gran sabio dijo "si lo que vas a decir no es más bello que el silencio,no lo vayas a decir", le haré caso y dejaré el comentario aquí.

Abrazos.

Wuwei dijo...

El orgullo, el sentimiento de superioridad y el centrarse en uno mismo son enormes obstáculos en el camino a la felicidad.

Muchas veces en supuestas acciones buenas hay algo sucio y oscuro que se regodea mirándose el ombligo y dando vueltas detrás de propia su cola...

Acude a mi mente un célebre escrito de Dogen. Dándole la vuelta, diría algo así:

Centrarse en uno mismo es oscurecer todas las existencias.

Ayer tuve una experiencia curiosa: cuando íbamos de viaje por la mañana, miré un colgante que llevaba mi amigo en el retrovisor. Miré y no vi, enfrascado como estaba en todos mis problemas imaginarios; por la tarde, cuando regresábamos, volví a mirar el colgante. Esta vez miré y vi: ahí estaba en todo su asombroso esplendor... no había ni rastro de quién miraba qué.

Sol primaveral.
Oscila el colgante
en el retrovisor.

Un fuerte abrazo.

Artea dijo...

Bueno Tormenta... yo diría que la recompensa por las obras propias no es algo demasiado deseable. Al menos esa es mi experiencia.

Si tienes que hacer buenas obras (o al menos tú crees que son buenas), hazlas... y punto. No esperes recompensa alguna... pues realmente la auténtica recompensa está en el propio acto de hacerlas.

Esperar algo a cambio siempre esconde una intención que, normalmente, empaña la espontaneidad de "aquello que brota sin intención".

Es mi punto de vista.

El principio de acción pura, del gesto puro, sin matices ni condicionantes.
Muchas veces es tanto hacer como "no hacer", y eso no hay que olvidarlo.

Se "hace" tanto cuando se hace como cuando "no se hace".

Un poco complejo... pero si miras hacia dentro y lo lees desde ahí... se aclara bastante.

Un besote.

Hola Susana :)

Desconozco si los sabios tenían o no oportunidad de comentar; y en su caso si lo hacían o no.

Pero siempre dejaban unas palabras.
Como tú has hecho.

El espíritu, al final, es lo que cuenta.

Un besote.

Wuwei.-

De regreso de un zazenkai siempre se ven cosas que no se veían al ir hacia él.

Así pasa muchas veces en la vida.

Vamos hacia las cosas, y solo las vemos a la vuelta.

Precioso haiku.

Todo un honor que vea la luz del atardecer en este sitio.

Gassho.