07 septiembre 2010

Tang

Niebla

Fotografía de a galaxy far, far away...

En sus ojos se dibujó un evidente gesto de preocupación a medida que veía descender el disco solar tras la inmensidad de la montaña que, frente a sus ojos, todavía le separaba del punto donde quería pasar la noche.
No eran pocos los peligros que acechaban en aquellas alturas, desprovistas de refugio alguno.

Apretó los dientes, cerró con fuerza sus dedos alrededor del bastón y aceleró el paso.

- Tenía que haber echo caso al viejo que, al amanecer, me aconsejó que me detuviera en la abadía a pasar la noche: “Es una locura afrontar la travesía de la montaña sin la claridad de un largo día por delante. No lo lograrás”.
-¿Qué me obligaba a hacerlo? ¡Nada!.

En su mente se agolpaban sentimientos encontrados.
Podía retroceder hasta la vieja abadía, pero tampoco la alcanzaría antes de bien entrada la madrugada. Y quizás, en ese mismo tiempo, pudiera atravesar la montaña... pensaba.

Su respiración se tornaba jadeante a medida que el camino ascendía a través del cerrado bosque.

- ¡No puedo deternerme ahora!.

De su interior brotaba una gran fuerza que le espoleaba a continuar.

Una hora más tarde, el camino apenas era perceptible. Las sombras de la noche desdibujaban sus límites. Y una densa niebla comenzaba a elevarse desde el valle.

Un sudor frío comenzó a brotar de su frente, confundiéndose con las gotas que destilaba su inevitable esfuerzo físico tras haber andado un gran desnivel.

Estaba perdiendo toda referencia. A la falta de luz -ya de por sí condicionante- añadía ahora el verse inmerso en la profundidad de la niebla.



- ¡Maldita sea!.
- Me aseguraron que en esta época no había riesgo de nieblas en la montaña.

Su marcha se había vuelto lenta e insegura. Le resultaba casi imposible seguir el camino. Su mente había sido invadida por las dudas. Volvía atrás un trecho y tomaba otra dirección para, en poco tiempo, volver sobre sus pasos.
Se había perdido.

Tomó asiento en una piedra.
Intentó respirar lentamente.
Sabía que de este modo podría calmar su mente.
Confiaba en encontrar alguna alternativa.

Pero, en la misma medida que la noche cerró por completo el bosque, no tardaron en aparecer sonidos que no hacían otra cosa que incrementar su inquietud interna.
En la más completa oscuridad, el simple canto de la lechuza, unido al crujir de una rama y la sombra de cualquier árbol, sugerían a sus ojos un sinfín de imágenes que -gracias a su inquieta imaginación- solo le inspiraban desasosiego.

Sus propios fantasmas comenzaban a acecharle.

Miró a su alrededor, en todas direcciones.
Sus pupilas, ya completamente dilatadas, apenas lograban vislumbar unos metros.
El miedo le invadió en la misma medida que el frío.
Estaba empapado por la humedad que la niebla había traído consigo.
Abatido, cayó de rodillas... y una primera lágrima apareció en su semblante.

El llanto, no tardó en desbordarle.
Su cuerpo y su mente, habían sido atrapados por la oscuridad.
Quedó paralizado.

Había perdido el camino... y estaba convencido de que no lograría sobrevivir a la noche atrapado en aquél oscuro bosque y con este frío.

Apenas pasado el mediodía, al cruzar por la abadía, ya había agotado sus provisiones y el agua de su cantimplora en un esfuerzo -ahora considerado inútil- de avanzar más allá de lo que dictaban las normas del camino.
Entonces creyó que podría imponerse por encima de ellas.
Su orgullo confió demasiado en sus fuerzas... y no supo ver los límites que frente a él, aconsejaban prudencia ante determinados retos.

Y ahora... enmedio de aquella soledad... en su mente se agolpaba una sola idea.

- ¡Tengo que prepararme para morir!.

Y con toda intensidad, cerró sus ojos y abrazó su cayado.
Sus rodillas se clavaron en el barro.
Y comenzó a recitar una oración. Una vieja oración que su madre le había enseñado de pequeño y que no había repetido desde adolescente.

Transcurrió media hora y seguía recitando los versos.

- ¡Tang!

El sonido de una campana atravesó la niebla.

En un instintivo gesto, sus ojos se abrieron en la misma medida que el sonido crepitó en sus oídos.

Se hizo de nuevo el silencio.

Apenas habían pasado dos minutos cuando, de nuevo, el sonido inundó la montaña.

- ¡Una campana!. Se dijo a sí mismo.

Y una campana siempre tiene una mano que la tañe.

No pudo evitar que un terrible grito de socorro se escapara de su garganta.

Y de nuevo, otros dos minutos..., y la campana sonó de nuevo.

Miraba a su alrededor, pero en medio de la oscuridad, era incapaz de encontrar dirección alguna.
Estaba completamente ciego, a pesar de que los ojos se salían de sus órbitas esperando encontrar una luz enmedio de la niebla.

Y la campana, volvió a emitir su canto.

Enseguida supo que sus ojos serían incapaces de descubrir nada... y decidió cerrarlos.
Había escuchado que, los verdaderos ciegos, acaban desarrollando el resto de sus sentidos al carecer de visión; y así fue que abandonó su alma al sonido.

El siguiente tañido dibujó un camino en su mente.
Con los ojos cerrados, dio un paso en la dirección que le indicaban sus oídos.
Y usó su cayado para tantear el espacio inmediatamente abierto ante sus pies.

El siguiente tañido le confirmó que la dirección era correcta.
El sonido crecía en intensidad. Se había acercado a su origen.

Y así fue que, contando sus respiraciones para hacerlas coincidir en número con los dos minutos de intervalo entre los tañidos de la campana, verificaba -a través de su escucha- que la dirección de sus pasos era la adecuada: se acercaba cada vez más al origen sonido.

Ciento diecisiete tañidos después la campana calló.
Y Ran, sobresaltado, abrió sus ojos.
La niebla había desaparecido... y la luz de una pequeña vela adivinaba los perfiles de una ventana a lo lejos, casi en la cima de la montaña.

Ran2

Fotografía de Dietmar Down Under

Apenas tardó media hora en alcanzar una pequeña ermita, coronada por una humilde campana, en cuya puerta tocó con su bastón.
El monje que la abrió le recibió con un escueto “pasa, te estaba esperando”.

Un humilde plato y un vaso de agua, sobre una pequeña mesa de madera, le parecieron a Ran el mayor de los banquetes a que había asistido en su vida.
Apenas acabó de comer miró al ermitaño... un hombre viejo, aunque de sereno semblante.

- Duerme, le dijo el monje.

Y a pesar de que miles de preguntas se agolpaban tras sus labios, quedó inmerso en un profundo sueño apenas se deslizó sobre el lecho de paja preparado en un rincón de la pequeña estancia.

Continuará....


Ran3

Fotografía de Theory

atravesando la niebla,
el eco
de una campana



Artea

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